domingo, marzo 15, 2009

Primer verano

Retrocedamos algunos meses, algunos años atrás. Estamos a finales de 2001, principios de 2002. Hacía poco que acababas de llegar a Sevilla, procedente de Barcelona. Las Torres Gemelas habían caído meses antes. Tú estabas en casa de tus padres, a punto de echarte una siesta; Pedro Almodóvar, como viste ayer en el archivo de RTVE, estaba rodando algunas escenas de Hable con ella en Lucena, con un constipado terrible. P., una amiga de la adolescencia, te había propuesto participar en su revista, El laberinto rojo, y aceptaste. Luego vinieron las colaboraciones con Clone. El laberinto rojo... hoy han aparecido los ejemplares que conservabas de los números en los que colaboraste. Han aparecido mustios como flores aplastadas; el papel también es un fiambre. Estabas buscando entre tus cajas repuestos de almohadillas para los auriculares del iPod, porque hoy, mientras ibas a saludar a F. a la estación de Atocha (estaba de paso hacia Barcelona, por fin vuelve mañana), has perdido el de la oreja izquierda sin darte cuenta... Charito Mucha Marcha, Mr. Glinz, Andrés de Gino. Estos eran tus psudónimos en aquella época. Has sentido una mezcla de vergüenza y ternura mientras te releías. ¿Dónde estabas instalado en aquella época? Ha sido incluso peor que cuando tu madre, la última vez que fuiste a Jerez, te dio a leer uno de los pocos escritos que conservas de tu adolescencia: un cuento que le regalaste una vez por su cumpleaños... en aquella época, al fin y al cabo, eras muy joven y querías imitiar rabiosamente a Oscar Wilde, pero hace siete años ya estabas crecidito y habías leído lo tuyo... Comparando una escritura (aquella) con la de ahora (esta), te has visto maduro, más sobrio... No es cuestión de escribir mejor o peor. Es cuestión de depuración, de ocupación, de asentamiento. Te ha pasado lo mismo en Atocha cuando observabas el comportamiento y las maneras de un conocido de FaceBook, un tal M., amigo de C. Al "enfrentarte" a él, que por supuesto no te ha visto (que ni siquiera te conoce) has notado, de repente, un excelente control sobre tu cuerpo, una dignidad física que sólo viene con los años. Esa ocupación decontractée que tienen los edificios antiguos respecto de los nuevos...
Has visto a F. y lo has visto bien. Lo has abrazado y has sentido esa cotidianidad tan ausente durante las últimas semanas. Luego has vuelto a casa, en camiseta de manga corta, con las gafas de sol, con las manos ocupadas por bolsas con el logo "Out of Africa". Antes de Atocha, habías estado al sol, leyendo a Cheever: "Parecía que sus diferentes y dolorosas desilusiones la habían apartado de la corriente de la vida, y ahora estaba sentada en la orilla, con su aire implacablemente lúgubre, mirando cómo el resto descendía deprisa hacia el mar". El mundo gira, Roma entra y sale de tu cabeza (pronto estarás allí con toda tu familia, dios mediante), será semana santa y a lo mejor disfrutas de las noches de Jerez en esa época, hay gente que se ha ido para siempre y otras que quizás estés a punto de conocer. Pedro vuelve a estar de promoción; queda una semana para el estreno de sus Abrazos rotos. Tú sigues sin dar ni golpe. Sin dar el golpe. Pero hay algo que no cambia y que te gusta: es esa sensación liviana de todas las primaveras, de ir desnudando la piel.
Hoy ha crepitado aquí en Madrid. La primavera, sí. Como un huevo fresco en una sartén llena de aceite caliente.