martes, enero 13, 2009

Lectura/Escritura

Leo el siguiente y minúsculo comentario de Vila-Matas a propósito de la poesía de lo "mínimo y lo fugaz" de Katherine Mansfield: "con ese tipo de melancolía genial que a Proust, por ejemplo, le permitía describir los destellos del crepúsculo sobre los árboles del Bois de Boulogne". Hay algo enormemente perspicaz en esta acotación de Vila-Matas. Lo pienso desde la soledad de mi habitación, cuando estoy a punto de cerrar su libro para echarme una siesta y suena alguna obra camerística en la radio de la habitación contigua... La luz se desvanece rápidamente y vuelve a uno esa sensación de los colores de la tarde, tardes de aquí y de allá, tardes felices y tristes, tardes perdidas con la radio puesta, de estudio o de trabajo, de merienda o de cama, o de ducha caliente...
De la vida se puede claudicar. De la literatura nunca.
La vida es fuente de inspiración para la literatura pero la mejor literatura es la que se ejerce frente, contra, a pesar de la vida... como la del propio Proust, como la de los enfermos de literatura, como la de los suicidas que se hunden en el río con piedras en los bolsillos, o los locos que caen abatidos sobre la nieve, como la de los viajeros exiliados de Sebald, como si el mundo se hubiese quedado vacío.
En la vida son pocos los gestos verdaderamente hermosos. Pero tenemos la escritura, y su lectura, para poder recomponer sus imperfecciones.
Ah, los árboles del Bois de Boulogne... los colores de la tarde, y la radio, y esa muerte diminuta que acumulamos con cada crepúsculo, y los trabajos de amor perdidos... los he leído tantas veces que podría morir aquí mismo, bajo sus copas tornasoladas, de pura melancolía...