A veces uno encuentra placer en acatar el lenguaje de los otros.
Y se deja arrastrar, literalmente, por las normas ajenas, por sus temas, por sus vidas.
Por su corriente de palabras, río abajo, sin oponer resistencia.
Hay en ello una satisfacción parecida a la que sentimos cuando hablamos una lengua extranjera: no importa tanto lo que se dice sino cómo se dice.
Hay poco margen para la improvisación deslumbrante del yo.
Es la aprobación del otro lo que importa, el sometimiento ajustado a sus reglas y reglamentos.
Resultas agradable y vulgar, cortesano... y como cuando te dejas llevar por la corriente de un río caudaloso, notas que tu cuerpo, que tu mente, están relajados, sin nada contra lo que ejercer fuerza alguna...
- Queda claro que concibes el ser como un acto de resistencia.
- ¿Tú crees?
- Sí. Deberías fugarte, desaparecer.