domingo, diciembre 11, 2011

Lisztomania

So sentimental, not sentimental no
Romantic not disgusting yet
Darling, I'm down and lonely when with the fortunate only
I've been looking for something else
Do let, do let, do let, jugulate, do let, do let, do

Let's go slowly discouraged
Distant from other interests on your favorite weekend ending
This love's for gentlemen only that's with the fortunate only
No, I gotta be someone else
These days it comes, it comes, it comes, it comes, it comes and goes

Lisztomania
Think less but see it grow like a riot, like a riot, oh
I'm not easily offended
It's not hard to let it go from a mess to the masses

Lisztomania
Think less but see it grow like a riot, like a riot, oh
I'm not easily offended
It's not hard to let it go from a mess to the masses

Follow, misguide, stand still
Disgust, discourage on this precious weekend ending
This love's for gentlemen only, wealthiest gentlemen only
And now that you're lonely
Do let, do let, do let, jugulate, do let, do let, do

Let's go slowly discouraged, we'll burn the pictures instead
When it's all over we can barely discuss
For one minute only, not with the fortunate only
Thought it could have been something else
These days it comes, it comes, it comes, it comes, it comes and goes

Lisztomania
Think less but see it grow like a riot, like a riot, oh
I'm not easily offended
It's not hard to let it go from a mess to the masses

Lisztomania
Think less but see it grow like a riot, like a riot, oh
I'm not easily offended
It's not hard to let it go from a mess to the masses

This is show time, this is show time, this is show time
This is show time, this is show time, this is show time
Time, time is your love, time is your love, yes time is your
Time, time is your love, time is your love, yes time is your

From the mess to the masses

Lisztomania
Think less but see it grow like a ride, like a ride, oh
Discuss, discuss, discuss
Discuss, discuss, discouraged

Lisztomania, Wolfgang Amadeus Phoenix, Phoenix
(obra maestra de canción en obra maestra de disco)

martes, diciembre 06, 2011

Ni por asomo

La habitación donde cenaban, alrededor de la mesa camilla, estaba caldeada. Sus padres se habían quedado dormidos en el sofá, con el paño echado hasta los muslos y sus respectivas cabezas abandonadas en sentido opuesto. La tele murmuraba intrascendente frente a ellos. Él los miró mientras se olisqueaba los dedos, perfumados de mandarina, y se levantó brusca pero silenciosamente de la silla. Le gustaban aquellos movimientos certeros, como de espadachín. Atravesó el pasillo hasta su cuarto. Estaba helado. Aquel frío era el frío que separaba su ya lejana infancia de su vetusta juventud de ahora. Cerró la puerta y abrió el balcón; llevaba el paquete de cigarrillos en el bolsillo de la rebeca. Las primeras caladas siempre las echaba con casi la totalidad de su cuerpo en el interior, a excepción del brazo derecho, que se apoyaba fuera sobre la barandilla, la mirada posada sobre sus libros. Desde que se había separado de su marido y había vuelto a casa de sus padres, se hacía con frecuencia las mismas preguntas: ¿hasta cuándo no estarían de nuevo aquellos libros en una casa que fuese suya... bueno, de alquiler? Y la que aún le inquietaba más: ¿qué sería de la librería comprada ex profeso en IKEA para su habitación de adolescente cuando algún día se fuese otra vez? ¿Quedaría mocha como un jardín abandonado?
Observó la plaza hacia la que se abría el balcón. El centro estaba ocupado por un antiguo casco de bodega rehabilitado que servía de sala de exposiciones y estaba rodeado de naranjos. La perspectiva quedaba cerrada por los bloques de pisos que, semejantes al suyo, ocupaban cada lado de la plaza. ¿Cuántos vecinos vivían allí? ¿Doscientos? Los pisos tenían ya sus años y pertenecían en su mayoría a personas de la edad de sus padres, a punto de jubilarse. ¿Habría aumentado su número en estos tiempos difíciles? Reagrupación familiar forzada. Una radio sonaba cerca. Era una voz, dos voces quizás, que con monotonía hablaban sobre un tema imperceptible. Un tema serio, eso sí, propio de aquellas horas de la noche. Su presencia hacía de la plaza un lugar más íntimo y minúsculo, incluso claustrofóbico. La mayor parte de los balcones tenían las persianas echadas o estaban a oscuras. Echo un vistazo rápido y advirtió que la mayoría de las luces que quedaban encendidas correspondían a cocinas. En una de ellas, una mujer de mediana edad, en bata, discutía con alguien que quedaba fuera de foco. Gesticulaba en sordina, llevándose las manos a la cabeza y apuntando hacia un punto finito de su casa con el índice. Sus movimientos se limitaban a un radio diminuto, extraña autoimposición.
Los árboles de enfrente, cargados de naranjas que destacaban sobre un verde cerrado apenas salpicado por la tenue luz de las farolas, parecían ujieres adormecidos. Sólo algunos pájaros desvelados rompían aquel secretismo. Aquella tarde, unos niños habían zarandeado los árboles por diversión, para ver cómo las colonias de pájaros volaban espantadas para luego volver a su sitio. Él, que estaba fumando en cuclillas agarrado a uno de los balaustres, se había echado hacia atrás, con pavor, temeroso de que algún pájaro de mal agüero se colase en la casa... entonces percibió cómo el pequeño naranjo que se había traído enfermo de su antiguo hogar y que descansaba sobre una maceta en un extremo del balcón, quizás por mímesis con los vigorosos naranjos de enfrente, había empezado a cuajarse de frutas. Su padre era quien se encargaba de echarle agua. Lo hacía como quien da de abrevar al ganado, con un gesto amplio y horizontal, de semejante a semejante. Pensó en la relación con su padre, ese ser tan misterioso e inteligente, tan desconocido, y en que quizás en un futuro la vida les ofrecería una oportunidad para entenderse mejor, para reconocerse mejor... pero prefirió apartar aquel pensamiento, por lo que pudiera comportar de luctuoso.
Se agachó para apagar el cigarrillo sobre el plástico frío del cenicero, que siempre estaba a la intemperie, y se reincorporó. Ahora apoyaba ambas manos sobre el pretil y asomaba medio cuerpo sobre la oquedad silenciosa que se destapaba a sus pies. Aspiró la humedad del invierno. ¿Por qué no se esclarecían sus ideas, por qué no lo entendía todo mejor, por qué no avistaba mínimamente su futuro? Miró hacia el infinito del cielo y vio que un planeta extraño resplandecía más allá de la luna. Al ver que se movía entendió que se trataba simplemente de un avión. Por una de esas ilusiones ópticas, la luna parecía estar más cerca de él que aquel artefacto humano. Trató de pensar en cómo durante las noches despejadas como esa, la ausencia del sol, nuestra fuente de vida, nos hace ampliar nuestros confines, y apreciar todo un universo misterioso y lejano que se despliega más allá de todo, cuando, de repente, abajo, un hombre cruzó la plaza tirando a grandes zancadas de su hijo de unos seis años. ¡Qué extraña pareja, a aquellas horas! El niño llevaba un abrigo largo, de corte clásico, y cuando lo vio adentrarse en el portal, de espaldas, tan callado, su mano encerrada en la de su padre, subiendo el escalón de acceso y flexionando la pierna al tiempo que el abrigo se movía desmañadamente con él, pensó en aquella pequeña monstruosidad y en todo lo que tenía que hacer al día siguiente, y bajó ruidosamente la persiana.